lunes, 28 de marzo de 2011

El hombre de los patucos morados - PARTE VI

Cuando Eulogia despertó ya era noche cerrada. Había dormido demasiado, más de lo que ella hubiera querido. Se incorporó y miró al techo. - Que techo más simple, ¡por dios! – pensó. Se dirigió a la ventana para tomar un poco de aire fresco. A duras penas consiguió sentarse en el borde y con los pies colgando silbó una canción. Los vecinos le preguntaban una y otra vez cual era. Ella solo silbaba. Ellos preguntaban. Ella silbaba. Pensaba.

Sabía que no podría quedarse allí toda la vida, que más temprano que tarde el hombre de los patucos morados daría con su paradero, además se resfriaría. Una ventana no es lugar para estar mucho tiempo. Miró al cielo y escupió hacia arriba. Quería comprobar la leyenda que dice que quien al cielo escupe, en la cara le cae. Dio fe. Era correcta. Se limpió.

Ahora, de una vez por todas, debería trazar un plan para deshacerse de su perseguidor, un plan a corto plazo. Estaba demasiado nerviosa para pensar con acierto.

Sacó el móvil y lo miró detenidamente. “Que chisme tan pequeño y tan curioso” – pensó.

Seguía sentada en la ventana y el frío de la noche empezaba a llamar a la puerta. Contestó. Se metió en casa y se acurrucó en el sillón. - “Al pasar la barca me dijo el barquero, las chicas bonitas no pagan dinero…”. Los vecinos agradecieron de corazón que Eulogia desvelara la canción que minutos antes silbaba desde la ventana.

Pensó por vigésima vez. Decidió volver a su casa dando un paseo, algo se le había ocurrido. Necesitaba tiempo para terminar de dar forma al boceto. Podría funcionar.

Se abrigó con una bufanda roja y el abrigo gris pálido que había comprado en rebajas. Era suficiente. Tenía un largo camino por delante hasta llegar a su domicilio, más de dos horas a buen ritmo. Eulogia tenía ritmo.

Caminaba despierta fijándose en todas y cada una de las farolas, no quería tener otro percance con una de ellas. Las calles poco a poco iban quedándose vacías. Trabajadores con cara de querer volver a casa urgentemente andaban incluso más rápido que ella, rumbo al hogar. Descanso para algunos, guerra para otros.

Avanzaba al mismo ritmo que su mente, al máximo. No sabía por qué, pero se imaginaba en televisión, en un programa concurso. Preguntas y respuestas. La ruleta giraba, las cajas se abrían y ganaba dinero. Farola.

Se cagó en dios aunque esta vez la contusión fue leve. Un simple arañazo. Algo hizo que despertara de su sueño, un reflejo morado aparecía unos metros por delante. No supo qué hacer. Dudó. No podía ser posible. Intentó correr pero algo se lo impidió.

CONTINUARÁ

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