martes, 29 de marzo de 2011

El hombre de los patucos morados - PARTE VII

El hombre de los patucos morados veía como la noche se cerraba ante sus ojos y seguía sin tener noticias del paradero de Eulogia. Miró a la luna y vio como se burlaba de él. Le tiró una piedra del tamaño de una ardilla. – Hija de puta - Tenía hambre y eso le jodía, le ponía de mal humor. Buscó un buen restaurante para cenar, hindú era buena opción. Tres platos de arroz con frutos secos y cuatro de pollo con salsa de coco podrían valer. Agua para beber, seis o siete litros.

Entró en el restaurante con el menú pensado, no le gustaba hacer esperar, un hombre metódico tenía que tenerlo todo controlado. Pidió mesa para dos.

Las mesas eran pequeñas, no más de un metro cuadrado, y eso no le gustó a Gerardo. Era de buen comer, de comer a gusto, con espacio y con babero. Pidió mesa para cuatro asegurando que sus acompañantes no llegarían. Buena mesa, ahora sí. Pidió lo planeado a lo que añadió un pan relleno de mantequilla y especias. Tenía hambre.

Los patucos le sobresalían seis palmos por el lateral. Comprobó el estado en que se encontraban después de tanto ajetreo, habían estado mejor pero se veían bien bonitos.

- Crème de la crème - le dijo al camarero sin apartar el ojo del calzado

- Tengo que cambiar una bombilla – respondió el hombre

Finalizada la conversación y mientras esperaba su comida, observó detenidamente la mesa. Era de madera común, nada de noble. No le dio tiempo a más, su pan relleno llegó.

Tenía que encontrar la manera de dar con Eulogia. Sabía perfectamente que a pesar de su apariencia frágil no era una mujer cualquiera. Conocía su secreto. Saboreaba las especias del pan cuando algo vibró en la silla de enfrente. Sacó el teléfono móvil del bolsillo. Su madre.

- Hola mamá, me pillas en mal momento, estoy cenando.

- A que te pego una ostia, para hablar con tu madre nunca es mal momento. ¿o sí?

- No mamá, dime.

- ¿La has encontrado ya?

- Sí, pero se me ha escapado. Espero dar con ella en un par de días.

- ¿Un par de días? ¿Un par de días? ¿Sabes lo que te voy a hacer en un par de días?

- Si mamá, darme una ostia… pero la encontraré y…

- … y si no te daré otra ostia…

Hablar con su madre era como ir a la iglesia un domingo, ostias por todos lados, pero en el fondo le gustaba, se sentía bien.

Degustó tranquilamente los siete platos mientras trazaba una línea imaginaria desde su mesa a la de enfrente. Dos metros y diecisiete centímetros de separación. Comprobó que seguía en forma. Era bueno con las distancias. Necesitaba calcular otra distancia, la que le separaba de Eulogia.

Pagó la cuenta y se fue sin dejar propina. – Yo solo propino golpes – se rió de su propio chiste, le hizo gracia.

Decidió caminar por la ciudad hasta tener sueño. Tenía un plan y cualquier pista podría ser buena. Tenía que estar en movimiento, no se podía relajar, su madre se lo había dejado claro: O la encontraba o le daba una ostia. Iba tan centrado en la imagen de la ostia que su madre le iba a dar que se chocó de frente con una señora. No se hizo daño. Automáticamente un ligero aroma a miedo traspasó ese regusto a picante que anula cualquier tipo de sabor u olor durante horas y sus manos reaccionaron como un resorte.

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