miércoles, 13 de octubre de 2010

Casualidades de la vida

Casualidades. ¿A quién no le ha cambiado la vida de repente? El joven Patricio, a sus 43 años recién cumplidos puede presumir de haber encontrado la felicidad tras perderla en un momento fatal, lastimoso. Un despiste que pudo costarle muy caro.

“No sé, me encontraba caminando, como todos los días, por las calles adyacentes a mi casa y todo pasó muy rápido, sobre todo los coches… van como locos. Me despisté un momento y cuando me quise dar cuenta… ¡ahí va! Que no sé donde estoy”. Efectivamente, Patricio se había perdido. No se encontraba a sí mismo.

Sabía que andaba cerca de sus dominios, de sus calles conocidas, pero también sabía que un mal paso podría costarle alejarse de ellas y por lo tanto de su vida, de su hogar. Todo iba mal, la angustia se apoderaba de él y él se apoderaba de lo ajeno. Hurtaba. “Lo comido por lo servido. Apoderamos todos o la puta al río”, manifestó posteriormente, sacando a la mujer del agua.

Una melodía dramática se cernía sobre él a cada paso. Era un sendero hacía el fin, no había vuelta atrás. Había comenzado su andadura en el tortuoso camino de la delincuencia común, de la clásica. Parecía no haber retorno hasta que, por las mencionadas casualidades de la vida, pasó frente a una tienda de animales. Abierta. No dudó en entrar armado con un objeto punzante y posteriormente comprar un Peugeot 205 TDI, rojo. Según fuentes cercanas al establecimiento, tiró de VISA. “Me atendió un chihuahua. Era chiquitito” manifestó con gesto serio.

Con el vehículo al hombro y los objetos hurtados en carretilla, Patricio trató de regresar a su casa con la satisfacción de haber realizado una buena transacción y de haberse alejado de ese mundo por el que fugazmente pasó con más beneficio que oficio.

Largo fue el rato que tuvo que caminar en círculos hasta alcanzar su meta, su domicilio. A veces círculos pequeños, a veces grandes, lo importante era la forma, el redondel. Cuatro horas de andadura aguantando las miradas indiscretas de la gente y ejecutando algún que otro hurto pasajero, “por los viejos tiempos”, fueron el balance de dicha odisea que sin duda acabó con final feliz.

Consiguió volver a su hogar sano y salvo pero con un peso que jamás se podrá quitar de encima. “No sé, el Peugeot que se me ha quedao pegao al hombro”.

Un ejemplo a seguir. Patricio José, tras escapar de una pérdida inminente ahora es feliz a pesar de tener un vehículo de más de 500 kg adosado al cuerpo. Sobrevive como taxista de acera, subiendo peatones al vehículo y paseándolos por aquí y por allá. Si tiene Ud. suerte quizás pueda contratarlo.

0 comentarios:

Publicar un comentario