El hombre de los patucos morados veía como la noche se cerraba ante sus ojos y seguía sin tener noticias del paradero de Eulogia. Miró a la luna y vio como se burlaba de él. Le tiró una piedra del tamaño de una ardilla. – Hija de puta - Tenía hambre y eso le jodía, le ponía de mal humor. Buscó un buen restaurante para cenar, hindú era buena opción. Tres platos de arroz con frutos secos y cuatro de pollo con salsa de coco podrían valer. Agua para beber, seis o siete litros.
Entró en el restaurante con el menú pensado, no le gustaba hacer esperar, un hombre metódico tenía que tenerlo todo controlado. Pidió mesa para dos.
Las mesas eran pequeñas, no más de un metro cuadrado, y eso no le gustó a Gerardo. Era de buen comer, de comer a gusto, con espacio y con babero. Pidió mesa para cuatro asegurando que sus acompañantes no llegarían. Buena mesa, ahora sí. Pidió lo planeado a lo que añadió un pan relleno de mantequilla y especias. Tenía hambre.
Entró en el restaurante con el menú pensado, no le gustaba hacer esperar, un hombre metódico tenía que tenerlo todo controlado. Pidió mesa para dos.
Las mesas eran pequeñas, no más de un metro cuadrado, y eso no le gustó a Gerardo. Era de buen comer, de comer a gusto, con espacio y con babero. Pidió mesa para cuatro asegurando que sus acompañantes no llegarían. Buena mesa, ahora sí. Pidió lo planeado a lo que añadió un pan relleno de mantequilla y especias. Tenía hambre.