viernes, 18 de febrero de 2011

Hombre convive con gorrión en el ojo

Un hombre de mediana edad, sin profesión conocida, convive desde hace tres meses con un gorrión en el ojo de un huracán llamado Rudolph, después de que éste les atrapase sin remedio alguno.

Estos vecinos forzosos han visto como su vida daba un vuelco al tener que convivir en el ojo de un huracán errante que peregrina, que viaja por el mundo, sin rumbo ni destino fijo. Como te cambia la vida en cuestión de horas. “Hace 6 horas cabalgaba río arriba a lomos de mi fiel caballo, melena al viento, y ahora vivo en el ojo de un huracán que no se está quieto ni un segundo…es un dolor muy profundo…”

El gorrión prefiere no quejarse por su nueva situación, “…vaya que el huracán se encabrone, me desaloje y me quede en la calle picando migas de pan…está muy mal la cosa…”

Nos pusimos en contacto con ellos para contemplar la posibilidad de que nos dejasen pasar un día con ellos y ver como gestionan, como se las apañan en su nueva vida. Nos lo permitieron amablemente. Buena gente. Buen gorrión.

Mochila al hombro, nos introdujimos en el ojo del huracán, siempre tomando las medidas de seguridad indicadas en la entrada. La primera impresión fue Bárbara, tremenda. La recepcionista del huracán era digna de una portada del Playboy. Usaba sombrero.

Una vez conseguimos dejar la recepción y despedirnos de Bárbara, nos adentramos en lo hondo, en lo profundo del tema. Huracán adentro que se llama. Ensordecedor. Subir el volumen del ipod al máximo es ensordecedor. No recomendable. Escalar una montaña, recomendable. Volumen al máximo, no.

Entramos. Estábamos en el primer hogar construido, forjado dentro de un ojo, un ojo de huracán y la emoción se hacía notar. Saltamos y chillamos sin cansancio hasta que paramos. Era bonito, acogedor. Persianas colgaban del techo sin criterio aparente. Una por aquí, otra por allí. Una subida, otra también. Una bajada, otra no. En definitiva, persianas.

La habitación del gorrión de pecho fuerte era la más grande de la casa. “Se la cedí gentilmente” nos comentó David en perfecto castellano, como era de esperar, dada su procedencia netamente española. “Correcto. Siete generaciones de españoles de pura cepa, de la Alcarria. Buena miel.”, matizó.

Un banco de pesas presidía el habitáculo. Sobre él, un gorrión con más de 150 kg colocados en la barra hacía cientos de repeticiones, se ejercitaba. Nos miró con la cabeza de lado y nos dio miedo. Le incordiamos intentando ponernos totalmente de frente, haciéndole girar la cabeza una y otra vez. Se mareó.

La habitación de David era otra historia, otro cantar, el del Mío Cid quizás. No seguro, tan solo quizás. Allí no había ni banco, ni pesas, solo camas. Seis o siete camas cuidadosamente desalineadas. “Six or seven, that's right” confirmó la traductora . “Duermo en el suelo” señaló el dueño . Al parecer desalinear camas sin usar es una costumbre ancestral recuperada de algún pueblo nórdico cuyo nombre desconocemos y del cual David es admirador.

No tardamos en salir del huracán cuando el sol empezó a dar muestras de debilidad y la luz iba oscureciendo. Cuando la luz desaparece, el huracán se para y es tan imposible entrar como salir, quedando las puertas bloqueadas hasta el primer rayo de sol. “Manías que tengo” nos aseguró Hurricane Rudolph, sincerándose como nunca lo había hecho.

Una experiencia distinta y enriquecedora.

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