jueves, 17 de marzo de 2011

El hombre de los patucos morados - PARTE II

Los pies de Eulogia comenzaban a flojear, el nerviosismo los hacía bailar, el miedo, parar. Bailaba, paraba. Bailaba, paraba. Poco a poco fue bajando la velocidad hasta detenerse por completo, siempre bajo la oscura sombra que cubría el lugar. La alargada sombra. La sombra de mierda que siempre traía desgracias. La puta sombra.

Lentejuelas moradas comenzaban a resaltar por encima de cualquier otra cosa en el lugar. Los ojos de Eulogia intentaban esquivarlas con poco éxito. “Hija de puta, nos quiere evitar” susurraban las lentejuelas, cargadas de rabia e impotencia. Nada podían hacer, estaban sujetas a los patucos, los cuales calzaban a la perfección unos pies grandes, enormes. Unos pies para los cuales no hay zapatos. Unas lanchas.

Mientras tanto, unos dos kilómetros al sur, tres personas sin rasgos en el rostro forzaban la puerta de un tercer piso. Les resultaba complicado. La dueña de la casa, persona precavida, había apoyado todos los muebles en la puerta. Siempre hacía eso cuando se iba. No se fiaba. Después, ayudada por una cuerda y un arnés salía por la ventana que daba al exterior. Bajaba.

- “Imposible entrar por la puerta” -murmulló uno de los asaltantes-

- “Imposible” –contestó un compañero-

- “Tutti Frutti” -señaló el tercero en discordia-

Todos asintieron.

Un estruendo procedente del piso de arriba sobresaltó a los frustrados asaltantes. Era la puerta de un vecino, del bruto de Mariano. Cada vez que salía de casa con sus noventa y cinco kilos de peso a cuestas, cerraba la puerta con una violencia desproporcionada. Temblaba el edificio. Temblaba el vecindario y sin embargo la puerta no sufría daño alguno, permanecía intacta a pesar de sufrir tales golpes a diario. Puerta de las de antes. Maciza, veinte centímetros de grosor.

El temblor no pasó desapercibido para el hombre de los patucos morados, el cual cerró los ojos y, perdiendo todo control sobre sus acciones,  encogió los hombros. Miró al cielo. Se cagó en Dios. Los sustos no entraban dentro de sus planes.

Unos segundos valiosos para Eulogia. Como buena buscadora de ofertas no desaprovechó la oportunidad y corrió calle abajo mirando atrás constantemente. Farola.

Una contusión en el pómulo izquierdo no detenía a Eulogia. Nada detenía a Eulogia. Ágil, bordeó la señal inclinada. Rabiosa, pateó la señal haciéndola caer aun más. “Puta señal”. Corrió.

CONTINUARÁ...

PARTE I
PARTE III
PARTE IV


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