miércoles, 16 de marzo de 2011

El hombre de los patucos morados - PARTE I -

Entre tanta noticia vamos a incluir una historia terrorífica basada en hechos reales. Se trata de una de las tantas historias acerca del hombre de los patucos morados que tanta pena como gloria dejó en su camino.

CAPÍTULO I

Era una tarde cualquiera en el centro de Madrid. Coches, gente, coches, más gente. Todo dentro de la normalidad relativa que define a esta ciudad. La señora de García paseaba, caminaba por la acera, como todos los días desde hacía unos veinte años, año arriba año abajo. La memoria no es su fuerte. No lo recuerda con exactitud. Tras pasar por delante de una señal de Stop inclinada a punto de caer y mirarla con desdén, siguió caminando. Una señal deteriorada no detiene el paseo de doña Eulogia. Nada detiene el paseo de doña Eulogia, es madrileña.

Unos metros más adelante, un hombre alto, de piel morena y ropa ceñida se detuvo ante un escaparate. Miró ropa y se fue tarareando un clásico de Nino Bravo, Noelia. Era ese tipo de persona que mira ropa mientras canta, un tipo de persona peculiar, alegre, un sinvergüenza. Normalidad.

La mujer se cruzó con el individuo ´tarareante´ y lo miró, lo observó sin decir nada. De arriba abajo, de abajo a arriba. Otra vez de arriba a abajo. Se fijó por fin. Algo no iba bien. Volvió a mirar para asegurarse. Llevaba razón, algo no iba bien. Eulogia se detuvo. Nada detiene a Eulogia, excepto eso. Ojos abiertos como platos, cuerpo balanceante, pies bailongos. Claqué. La gente observaba el rápido movimiento de los pies. Era buena en eso de bailar, quizás una de las mejores de su época, quizás la mejor. No tardó en formarse un corro en torno a la mujer, donde entre gritos de ánimo y olés, una larga sombra hizo acto de presencia eclipsando el baile, ese cimbreo tan grácil con el que Eulogia mostraba su nerviosismo, su intranquilidad. Era él. Algo volvía a ir mal. Podría ir peor y ella sabía el motivo. Era él, no cabía la menor duda. El hombre de los patucos morados se había cruzado en su camino, una vez más, y ella sabía muy bien lo que eso significaba, era consciente de su situación.


PARTE II
PARTE III
PARTE IV

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