lunes, 21 de marzo de 2011

El hombre de los patucos morados - PARTE IV

Corría como hacía tiempo que no lo había hecho, la causa lo requería. Tenía solo unos segundos de ventaja y tenía que hacerlos valer. Un centenar de metros a su espalda, unos patucos morados se movían a toda prisa sin avanzar. El hombre de larga sombra se preparaba para la persecución. Calentaba. Corría en el sitio.
Eulogia giró por la tercera calle a la derecha intentando despistar a su perseguidor, intentando confundirse con la multitud. Demasiado tarde.  El hombre de los patucos morados había comenzado a correr y controlaba desde la distancia todos y cada uno de sus movimientos.
Presa del pánico se dirigió a la parada de taxis más cercana. Conocía la zona, solo serían 4 minutos. Se montó en el primero de la fila. La dirección hacía referencia a un punto en el otro extremo de la ciudad. Lejos. Otra vivienda donde se encontraría a salvo, al menos por el momento. Desde que su marido falleció no había vuelto a esa casa y este era un buen momento para hacerlo. Podría ganar algo de tiempo para pensar. A Eulogia le gustaba pensar, pensar en esto y en aquello, en lo de aquí y en lo de allá. No en este caso. Ahora no era placer, era necesidad. Tenía que idear una estrategia para librarse del hombre de sombra larga y patucos morados. Ya lo consiguió hacía años y podría hacerlo de nuevo a pesar de que sabía que no sería fácil.
Sopesó la situación y el perejil que llevaba en el bolsillo. ¿Le habría timado el de la frutería? En caso de ser así tendría que volver a ajustarle las cuentas a ese calvo cabrón. Peso correcto. Nada de represalias.
Utilizó un viejo papel roto para anotar y se dispuso a valorar ventajas y desventajas con respecto al terrible hombre que le perseguía.
VENTAJAS: Ella conocía la ciudad mejor que él. Él no cabía en un taxi a no ser que metiese los pies en el maletero. Posición difícil.
DESVENTAJAS: Era listo, muy listo. Improvisaba bien. Buen olfato. Olía el miedo a 1 km de distancia.

Entró en la cocina y decidió prepararse algo de comer. Después de todo, se lo había ganado, se merecía una buena comida. No recordaba lo pequeña que era esa cocina, hacía años que no pisaba esa casa. Poco electrodoméstico. De frente, una cocina de butano de dos fuegos y un fregadero lleno de cal. A la izquierda una pared desconchada con 3 trapos del mismo color colgados en el mismo gancho. A la derecha un pequeño armario donde guardaba la comida, la vajilla y las ollas.
Echó un vistazo al interior del mueble. Macarrones. La pasta le gustaba bastante y era fácil de hacer, no se encontraba con ganas de platos sofisticados. No era el momento. 250 gramos de macarrones y un poco de perejil flotaban en el agua que Eulogia había echado en la olla pequeña. Había que encender el fuego. No había gas, la bombona estaba vacía. Mierda.
No había problema. Tenía un arnés, una cuerda larga y una idea. Se asomó al balcón y, efectivamente, la vecina de abajo seguía guardando la bombona de repuesto en su balcón bajo ese plástico transparente que jamás se rompía. Solo tendría que bajar con ayuda del  arnés y cogerla prestada por un tiempo indefinido. Lo difícil sería la subida. Nada detenía a Eulogia. Amarró un extremo de la cuerda a la barandilla de su balcón, el otro pasaba a través de su arnés. Se deslizó despacio hasta poner un pie en la bombona. Con una mano soltó la cuerda del arnés y, usando un nudo complejo, la ató a un asa de la bombona. Subió a pulso. Una vez arriba, tiró de la cuerda hasta que la bombona llegó a su altura. Ya tenía gas. Apetito, macarrones y gas. Buena combinación aunque no la mejor.
Veinte minutos más tarde Eulogia saboreaba los macarrones con perejil mientras contaba manchas en la pared. Cincuenta y cuatro machas en tan solo dos metros eran muchas, esa fue su conclusión. La casa estaba realmente sucia pero no le importaba. Pensaba en morado. Todos sus pensamientos volaban incomprensiblemente en círculo hasta ir a caer a un agujero morado. Como un agujero negro que todo lo absorbe pero en tonos lilas.
Nadie sabía mejor que ella lo que puede haber detrás de ese color. Nadie. Bueno sí, había alguien más.
Optó por echarse la siesta en el viejo sofá. Seguía estando igual de viejo que cuando lo compró. “Para ti no pasan los años, cabrón” dijo en voz alta  y se durmió. Estaba cansada y con la panza llena. Buenas razones para dormir. Se lo había ganado.
CONTINUARÁ


Mientras se mantuviese a más de ese kilometro de distancia, tendría posibilidades. Los mil metros eran la clave. No se imaginaba hasta que punto.

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