martes, 29 de marzo de 2011

El hombre de los patucos morados - PARTE VII

El hombre de los patucos morados veía como la noche se cerraba ante sus ojos y seguía sin tener noticias del paradero de Eulogia. Miró a la luna y vio como se burlaba de él. Le tiró una piedra del tamaño de una ardilla. – Hija de puta - Tenía hambre y eso le jodía, le ponía de mal humor. Buscó un buen restaurante para cenar, hindú era buena opción. Tres platos de arroz con frutos secos y cuatro de pollo con salsa de coco podrían valer. Agua para beber, seis o siete litros.

Entró en el restaurante con el menú pensado, no le gustaba hacer esperar, un hombre metódico tenía que tenerlo todo controlado. Pidió mesa para dos.

Las mesas eran pequeñas, no más de un metro cuadrado, y eso no le gustó a Gerardo. Era de buen comer, de comer a gusto, con espacio y con babero. Pidió mesa para cuatro asegurando que sus acompañantes no llegarían. Buena mesa, ahora sí. Pidió lo planeado a lo que añadió un pan relleno de mantequilla y especias. Tenía hambre.

lunes, 28 de marzo de 2011

El hombre de los patucos morados - PARTE VI

Cuando Eulogia despertó ya era noche cerrada. Había dormido demasiado, más de lo que ella hubiera querido. Se incorporó y miró al techo. - Que techo más simple, ¡por dios! – pensó. Se dirigió a la ventana para tomar un poco de aire fresco. A duras penas consiguió sentarse en el borde y con los pies colgando silbó una canción. Los vecinos le preguntaban una y otra vez cual era. Ella solo silbaba. Ellos preguntaban. Ella silbaba. Pensaba.

Sabía que no podría quedarse allí toda la vida, que más temprano que tarde el hombre de los patucos morados daría con su paradero, además se resfriaría. Una ventana no es lugar para estar mucho tiempo. Miró al cielo y escupió hacia arriba. Quería comprobar la leyenda que dice que quien al cielo escupe, en la cara le cae. Dio fe. Era correcta. Se limpió.

Ahora, de una vez por todas, debería trazar un plan para deshacerse de su perseguidor, un plan a corto plazo. Estaba demasiado nerviosa para pensar con acierto.

jueves, 24 de marzo de 2011

El elefante que se balanceaba fallece de un ataque de aburrimiento

El entrañable elefante que se balanceaba sobre la tela de una araña falleció anoche en su domicilio de Tarragona tras sufrir un ataque de aburrimiento. El paquidermo de 84 años no pudo superar la enfermedad y abandonó este mundo por la puerta grande.

Al parecer Carmelo, como era conocido entre sus amigos, observó tres puertas distintas junto a un presentador que le daba a elegir. Una grande, una pequeña y una descomunal. Según comunicó tras cruzar al otro lado, le costó decidir. “Sí, bueno, era difícil, los nervios del directo, ya se sabe. Decidir es como balancearse, ahora a un lado, ahora al otro… es difícil centrarse”

En un primer momento, fruto de esos nervios, en vez de elegir puerta pidió una pizza familiar de jamón y alcachofas. El presentador se la preparó gentilmente y la degustaron en pareja. Luego se decantó por una. Hemos conseguido que nos detalle, a grosso modo, como fue ese proceso de decisión y esto es lo que nos contó:

martes, 22 de marzo de 2011

Don Quijote hará el camino de Santiago junto a 17 molinos

Un grupo de molinos se unen a Don Quijote para hacer el camino de Santiago en bicicleta de montaña.

El poder que tiene el de La Mancha sobre los molinos ha quedado patente por primera vez. El hidalgo, ni corto ni perezoso, ha conseguido que hasta 17 molinos de viento le acompañen en su nueva aventura: el camino de Santiago en bici.

Para este viaje ha decidido prescindir de su fiel amigo Rocinante y subirse a lomos de una BH de montaña, con frenos de disco y sillín de gel. Ataviado con unas mallas marrones y una camiseta en la que se puede leer el lema: “Antes muerta que sencilla” quiere terminar el camino y convertirse en un peregrino más.

El hombre de los patucos morados - PARTE V

Un resplandor morado avanzaba rápidamente por las calles de la capital dejando tras de sí un rastro de nada en especial. Una rastro tan solo. Uno cualquiera. Parecía tener un rumbo fijo, un destino claro. Todo apariencia. El hombre de los patucos morados callejeaba sin ton ni son con la esperanza de que un capricho del destino o de algún chivato le ayudase a dar con Eulogia. La última vez la vio en la parada de taxis subiéndose a uno. Perdió el rastro.

Un zumo de naranja de un litro era lo único que le mantenía contento. Le encantaba el zumo de tetrabrik. Paseó por decenas de calles y decenas de plazas cruzándose con cientos de personas. Ninguna era Eulogia. Bebió decenas de litros de zumo. Meó decenas de veces. Madrid era muy grande para encontrarla sin alguna pista, por pequeña que fuera. Se fue al parque del Retiro.

Dio de comer a las palomas, paseó por los alrededores del estanque, hundió una barca, hizo flexiones, hundió otra barca y finalmente se echó a dormir en el césped. Estaba cansado. Soñó que hundía todas las barcas. Sonreía.

lunes, 21 de marzo de 2011

El hombre de los patucos morados - PARTE IV

Corría como hacía tiempo que no lo había hecho, la causa lo requería. Tenía solo unos segundos de ventaja y tenía que hacerlos valer. Un centenar de metros a su espalda, unos patucos morados se movían a toda prisa sin avanzar. El hombre de larga sombra se preparaba para la persecución. Calentaba. Corría en el sitio.
Eulogia giró por la tercera calle a la derecha intentando despistar a su perseguidor, intentando confundirse con la multitud. Demasiado tarde.  El hombre de los patucos morados había comenzado a correr y controlaba desde la distancia todos y cada uno de sus movimientos.

viernes, 18 de marzo de 2011

El hombre de los patucos morados - PARTE III


Un hombre que sale de casa equivale a un piso vacío, a veces. Comprobaron. Dos intentos necesitaron los hombres sin rasgos para abrir la puerta de Mariano y entrar a la casa como las personas normales, andando. Utilizaron el extintor caducado de la escalera para golpear la puerta. No tuvieron éxito ninguno. Era maciza. Hacía falta algo más que un simple extintor para derribar esa clase de puertas. A grandes males, grandes remedios. “A grandes puertas, grandes ostias” -pensaron al unísono-

El mayor de los sin rasgos no se lo pensó y bajó las escaleras de dos en dos hasta llegar a la calle. En el interior del vehículo tenía la herramienta definitiva. Tres castores como tres tenores asomaron la cabeza cuando se abrió la puerta trasera. Una orden a voz en grito los volvió a meter dentro. Se amedrentaron. Abrió la puerta delantera y una silueta grande hizo acto de presencia. Puro en boca, piernas cruzadas, porte aristocrático. Pura fuerza. Un búfalo macho apuraba calmadamente su habano mientras el sin rasgos daba muestras de tener prisa.

jueves, 17 de marzo de 2011

El hombre de los patucos morados - PARTE II

Los pies de Eulogia comenzaban a flojear, el nerviosismo los hacía bailar, el miedo, parar. Bailaba, paraba. Bailaba, paraba. Poco a poco fue bajando la velocidad hasta detenerse por completo, siempre bajo la oscura sombra que cubría el lugar. La alargada sombra. La sombra de mierda que siempre traía desgracias. La puta sombra.

Lentejuelas moradas comenzaban a resaltar por encima de cualquier otra cosa en el lugar. Los ojos de Eulogia intentaban esquivarlas con poco éxito. “Hija de puta, nos quiere evitar” susurraban las lentejuelas, cargadas de rabia e impotencia. Nada podían hacer, estaban sujetas a los patucos, los cuales calzaban a la perfección unos pies grandes, enormes. Unos pies para los cuales no hay zapatos. Unas lanchas.

miércoles, 16 de marzo de 2011

El hombre de los patucos morados - PARTE I -

Entre tanta noticia vamos a incluir una historia terrorífica basada en hechos reales. Se trata de una de las tantas historias acerca del hombre de los patucos morados que tanta pena como gloria dejó en su camino.

CAPÍTULO I

Era una tarde cualquiera en el centro de Madrid. Coches, gente, coches, más gente. Todo dentro de la normalidad relativa que define a esta ciudad. La señora de García paseaba, caminaba por la acera, como todos los días desde hacía unos veinte años, año arriba año abajo. La memoria no es su fuerte. No lo recuerda con exactitud. Tras pasar por delante de una señal de Stop inclinada a punto de caer y mirarla con desdén, siguió caminando. Una señal deteriorada no detiene el paseo de doña Eulogia. Nada detiene el paseo de doña Eulogia, es madrileña.