martes, 6 de octubre de 2009

¿Son sibaritas los espíritus?

Una oficina cualquiera puede ser testigo de una aparición, al menos así lo afirman los trabajadores de una empresa de fabricación de envoltorios de papel maché.

El departamento de contabilidad tuvo un invitado inesperado durante la pasada semana. Según nos cuenta uno de los oficinistas, “La mujer apareció por la puerta, contorneándose como una modelo de pasarela y sin mediar palabra, se sentó en la mesa que dejó libre el mes pasado la difunta, que en paz descanse, jefa de contabilidad.”

Esto no sería tan extraño sin el hecho que sucedió a continuación y que nos narra la compañera que estaba a la izquierda de “la nueva”, como acabaron llamando a la misteriosa señora. “No se, era rara, tan pronto la veías como no la veías, de vez en cuando arrugaba tanto los mofletes que se parecía mas a un buldog que a una mujer, pero a mi no me daba miedo, yo soy valiente para esas cosas, tengo agallas. Yo también le ponía caras pa’ darla miedo

Cuando todos se habían hecho a la presencia de la nueva y a sus mofletes, ocurrió algo, si cabe, más sorprendente aún que lo anterior. Eran las 10:45 de la mañana y Mª José, con motivo de su trigésimo octavo cumpleaños, pretendía deleitar los paladares de sus compañeros con una refinada caja de bombones. Tras las felicitaciones pertinentes, Mª José se acercó a la nueva para ofrecerle un bombón, como al resto. Incomprensiblemente, la susodicha se levantó absolutamente indignada y recogiendo sus pertenencias, se despidió del equipo reprochándoles su falta de glamour.

Mª José nos narraba los hechos: “No me lo esperaba de una mujer tan elegante, tan sofisticada, que enamoraba a cualquiera, siempre tan correcta en el trato con todos. Incluso ayudaba a Pilar, la de la limpieza, cuando nos emborrachábamos y dejábamos la sala hecha una pocilga. Me dijo que eso era una falta de respeto hacia su persona. Que cómo era capaz de ofrecerle unos bombones de tan insignificante calidad y dulzura a una persona como ella, a una señora en mayúsculas” Pero eso no fue todo. Poseída por su propia indignación dejó un último mensaje a la confundida cumpleañera. “De repente parecía una persona incoherente y absurda, pero con mucho estilo”, nos comenta Mª José. “Antes de desaparecer por la misma puerta por la que hacía una semana había entrado, me sujetó por los hombros, me miró fijamente a los ojos y mientras balanceaba rítmicamente su esbelta figura hacía ambos lados, me tarareó dulcemente y con una voz sedosa e hipnotizante, eso de: Dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y ocho dieciséis

De esta manera terminó la peculiar y fugaz visita al departamento de contabilidad, con un balance de un corazón roto, el de Paco, el bedel, que se enamoró locamente de ella, y una moral hundida, la de Mª José, que ha jurado no volver a llevar bombones a la oficina.

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